jueves, 30 de junio de 2016
Un pobre tipo llamado Lionel Messi
Por Máximo Randrup (nota publicada en diezmas.com)
Jugué un puñado de partidos en el ascenso argentino y no pude conseguir uno de los discretos objetivos que me había propuesto: hacer un gol. ¡No metí ni uno! Y lo peor es que era delantero. Yo sé que esto no le importa nadie; sin embargo ahí está la clave. Como fui un futbolista mediocre y nadie me conoce, me dejan vivir tranquilo. Con Messi ocurre lo opuesto. Lo enloquecimos.
“Acá no juega como en el Barcelona”, repetíamos como idiotas… Hasta que empezó a brillar en la selección. “Allá mete más goles”, decíamos convencidos… Hasta que pasó a ese superhéroe de apellido Batistuta. “Acá nunca ganó nada”, buscamos herirlo ahora… como si no existieran los Juegos Olímpicos (esa Copa que Brasil no tiene y se desvive por ganar).
Si Johan Cruyff hubiese sido argentino sería un traidor. Ganó 22 títulos y ninguno para su país. “Gullit, al menos, levantó la Eurocopa”, afirmaríamos… Porque acá somos expertos en comparaciones. No decimos Bilardo y Menotti. Nuestra letra favorita es la ‘o’. Si elegimos al Narigón aseguramos que el Flaco era un mentiroso; si optamos por Menotti aseveramos que Bilardo hacía trampa. ¿Maradona o Messi?, nos preguntamos. Discutimos. Nos peleamos. Y nos quedamos con uno. A ése lo endiosamos, al resto lo desechamos.
Y como sé que nos encanta ese terreno, el de la comparación estúpida, aporto un par de datos: Maradona jugó dos finales para la selección mayor y tampoco metió goles; Diego ejecutó dos penales en definiciones y convirtió uno (Messi pateó cinco y marcó cuatro). ¿Y?
La frase que voy a poner a continuación la escuché recién, se los juro: “A Maradona para bajarlo había que pegarle arriba de la rodilla”. En ese testimonio la comparación se mezcla con la falacia. Pienso en las infracciones sistemáticas de Chile para poder frenarlo y, por supuesto, se me viene a la cabeza la patada de Marcelo Díaz que impactó justo en el número 10 del pantalón.
Todavía lo veo en el banco de suplentes llorando sin consuelo. Solo. Lo observo y tengo ganas de decirle que no se preocupe. Que consiguió muchísimo más de lo que soñamos la mayoría de los argentinos. Que mire el 99 por ciento del vaso lleno. Tengo ganas de decirle que sea feliz.
“Me duele más que a ninguno, pero es evidente que no es para mí”, dijo y a todos nos pareció normal. ¿Tan enfermos estamos? ¿Cómo no es para él? Si es el máximo goleador de la historia de nuestra selección y nos llevó a la final de un Mundial después de 24 años. Y ojo que yo no soy ningún moralista: para mí el objetivo del fútbol es ganar. Pero también creo que Messi hizo todo lo que pudo.
Les confieso algo. Este espacio, si Argentina ganaba, lo iba a utilizar para hacer un análisis táctico de Argentina en la segunda fase de la Copa América. Lo había hecho después de la instancia de grupos (Un sistema elástico, con el 4-2-3-1 como punto de partida) y tenía ganas de cerrar el círculo. Hasta me daba vueltas un título: Esquema indefinido y un Messi determinante. Desde lo colectivo, el equipo de Martino había pasado por el 4-2-3-1 (primer tiempo ante Venezuela), por el 4-4-2 (segundo tiempo de aquel encuentro) y desde las semifinales se había instalado en el 4-3-3 (contra Chile, cuando se quedó con diez, primero jugó 4-2-3 y luego 4-3-2). Y Messi, que no fue titular en los primeros tres juegos, participó en la mitad de los goles argentinos (18), con 5 goles y 4 asistencias. En la final, incluso, todo seguía en pie: hizo expulsar a un rival a los 27 minutos. La realidad aplastó esa idea y cambié de rumbo. Porque veo a un hombre que tiene (casi) todo y sufre como si no tuviese nada.
Ahora observo que la gente le pide por las redes sociales que se quede; por tele hablan de un banderazo y “una estatua para la Pulga”. Tarde. Al tipo lo enloquecimos antes.
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