"No escriban sus notas en primera persona, salvo en contadísimas excepciones", les digo a mis alumnos. Como verán, ésta es una de las mías. Desde que me enamoró el fútbol, soñé con presenciar tres finales: Copa del Mundo (a nivel selecciones), Champions League y Copa Libertadores. Sólo la primera es una cuenta pendiente. Si el certamen continental americano es pura pasión, el europeo es perfección.
El partido decisivo de una Liga de Campeones de Europa conjuga futbolistas que quedarán en la historia, estadios imponentes y, a diferencia de lo que sucede en América, el prestigio de ambos finalistas. El último encuentro de la Champions 2009/10, doy fe, fue brillante. El Santiago Bernabeu lució repleto (80.354 personas sentadas), las dos parcialidades brindaron un espectáculo difícil de describir con palabras y en la cancha ganó el mejor: Inter. El planteo táctico soberbio de José Mourinho y el talento de Diego Milito fueron demasiado para el Bayern Munich.
Si la final del año pasado fue fantástica, ¿qué esperar de la que se disputará mañana? Para empezar se medirán en el nuevo estadio de Wembley, finalizado en 2007; un escenario repleto de mística, construido en el mismo lugar que el antiguo, demolido en 2002. En este estadio, bautizado por Pelé como "La Catedral del Fútbol", se disputó la final de un Mundial (1966) y quedó inmortalizada la jugada "El Escorpión" de René Higuita. También ahí, Manchester y Barcelona (los rivales de la actual definición) ganaron su primera Champions. Sí, en Wembley.
Los dos consiguieron lo máximo para un club de fútbol europeo, por primera vez, justamente en el lugar en el cual dentro de unas horas buscarán su cuarta "Orejona" (como se apoda al hermoso trofeo que levantará el capitán campeón). El United se quedó con la Champions en 1968, 1999 y 2008, mientras que el Barça levantó esta copa en 1992, 2006 y 2009. Lejos de Real Madrid (9) y Milan (7), los más ganadores de la historia, estos dos gigantes chocarán en la que a priori -subjetividad mediante- figura como la mejor final de todos los tiempos. Wembley, Alex Ferguson y Lionel Messi me obligan a realizar semejante afirmación.
Hay un antecedente: 2009. Hace dos años, en el Olímpico de Roma, Barcelona venció a Manchester por 2-0. Después de 731 días la revancha promete ser, todavía, más maravillosa. La Champions League es un certamen estupendo y sus finales, extraordinarias. Yo presencié una y desde ese sábado 22 de mayo de 2010 cuando digo -o escribo- Champions se me pone la piel de gallina. A los 90.000 que mañana estarán sentados en esas hermosas butacas rojas, mi sana envidia. Al resto de la humanidad, un consejo: prendan la tele y disfruten del mejor fútbol del mundo.